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Los señoríos más importantes

Los señoríos más importantes

Los quimbayas

Era uno de los grupos más importantes de los que poblaban el Cauca medio a principios del siglo XVI. Fueron magníficos orfebres, verdaderos artistas y maestros para manejar las aleaciones de oro y cobre y en el dominio de técnicas de pulimento. Los objetos encontrados en la región han sido denominados Quimbaya, sin embargo muchos de ellos fueron elaborados por artistas de otros cacicazgos y en diferentes períodos. 

Los ansermas

Estos cacicazgos confederados o semi-independientes estaban ubicados en un inmenso territorio comprendido entre las cuencas del río Cauca al oriente, y el río Risaralda al occidente. Por el norte llegaban hasta las tribus de los caramantas y hacia el occidente limitaban con los chocoes; por el sur se extendían por todo el valle del río Risaralda hasta su desembocadura.

La provincia se denominaba Humbra, bautizada por los españoles como Anser –que quiere decir sal- y formada por el poblado valle de Amiceca, nombre que Robledo cambió por el de Santa María; allí estaba situado el pueblo del Peñol, y cerca se encontraba el valle de Chunvurucua, rico en fuentes de agua salada. En sus contornos se encontraban los prósperos pueblos de Angasca, Guacaica y Aconchara, y hacia el occidente estaban Guarma, el valle de Apía, Chatapa y la provincia de Tauya. Para 1536 los principales caciques de la región eran Hija, Ocuzca, Guarma, Hombruza y Tucarma.

El cacique más importante era Ocuzca, hombre de avanzada edad, gordo y de gran presencia que infundía respecto y admiración. Estos caciques y señores principales gobernaban a más de cuarenta mil súbditos. Las casas de los caciques eran grandes y formaban, con otras más pequeñas situadas a su alrededor, núcleos poblados junto a los cuales había una plazoleta, rodeada de altas guaduas clavadas en la tierra. En las puntas de estos maderos fijaban los cráneos de sus enemigos. Algunas de las guaduas tenían orificios y por su interior penetraba el viento produciendo una música especial. Este espectáculo llenó de espanto a los españoles cuando invadieron la zona.

Los carrapas

Los carrapas ocupaban parte del territorio de los actuales municipios de Manizales, Neira, Aranzazu y Filadelfia. Sus cultivos se situaban en la orilla derecha del río Cauca, frente a la provincia de los irras y aguas abajo hasta la región bañada por el río Tapias y la quebrada La Honda que los separaba de los picaras. El territorio era según Cieza de León, de “sierras muy ásperas, rasas, sin haber en ella montañas más que la de los Andes, que pasa por encima. Entre las sierras hay algunos vallecetes y llanos muy poblados y llenos de ríos y arroyos y muchas fuentes”.

Cuando llegaron los españoles a la zona, había cinco caciques principales entre los cuales sobresalía Irrúa el cual hacía pocos años había penetrado por la fuerza en este territorio, expulsando de allí a los quimbayas los cuales debieron replegarse hacia el sur. Los caciques y señores tenían varias esposas de acuerdo con su capacidad económica; se podían casar con las sobrinas e incluso con las hermanas. El cacicazgo lo heredaba el hijo y si éste faltaba, el señorío lo ocupaba la esposa principal; muerta ésta, el poder lo ejercía el sobrino hijo de la hermana del cacique.

Los picaras

Esta comunidad estaba localizada en el curso alto del río Pozo, en tierras que hoy corresponden a los municipios de Aranzazu, Filadelfia y Salamina; era una región densamente poblada si se considera que a la llegada de los españoles a la zona tenían un ejército de doce mil hombres. Para la época de la conquista española los indígenas estaban organizados en cacicazgos confederados entre los cuales sobresalían los caciques Picara, Chuscurucua, Sanguitama, Chambiricua, Ancora y Aupirimi. Siguiendo la costumbre de las comunidades vecinas, las viviendas de los caciques picaras estaban protegidas por cercos de guadua y en lo alto de éstas colocaban las cabezas-trofeos. 

La estatura de sus habitantes era mediana y las mujeres “bien dispuestas”. Hombres y mujeres permanecían casi desnudos ya que sólo usaban pequeñas mantas y taparrabos para cubrir el sexo. La organización económica se basaba en la agricultura y la minería. Los cronistas que visitaron la región destacan la forma intensiva como cultivaban las laderas y valles.

Vivían preparados para la guerra por la actitud bélica de sus vecinos, los pozos, por esta razón se especializaron en la elaboración de armas terribles como el arco y la flecha, las hondas y las trampas refinadas, como la costumbre de abrir huecos profundos cuyo fondo sembraban de estacas de palma negra, camufladas con vegetación para hacer caer a sus enemigos.

Los pozos

Sus cacicazgos se extendían desde las faldas de la Cordillera Central al noreste del actual municipio de Salamina, hasta las orillas del río Cauca; colindaban con picaras, carrapas y paucuras. Por la constante falta de tierra mantenían guerras con casi todos sus vecinos; por esta razón construían los poblados en las partes altas de las colinas para observar al enemigo y defenderse mejor.

Las casas de los señores principales eran de planta circular, muy altas y espaciosas, con capacidad hasta para quince personas, protegidas por palizadas y fortalezas construidas en guadua.

Su actividad principal era la guerra y cuando no estaba peleando se dedicaban a las labores agrícolas, pero con algunas precauciones. “Cuando están sembrando o cavando la tierra, en una mano tienen la macana para rozar y en la otra la lanza para pelear”. Además de la agricultura practicaban la minería de aluvión en las riberas del río Cauca. Al ser magníficos guerreros utilizaban como armas la lanza, la macana y los dardos, e iban a la guerra en medio de la música producida por flautas, bocinas y tambores.

Las actividades del culto religioso se ejercían en las casas de los caciques. Aquí, en determinados aposentos conservaban hasta veinte ídolos de madera, antropomorfos, de tamaño natural, puestos en hilera; las cabezas de estas imágenes eran cráneos humanos revestidos de cera.

Los paucuras

Ocupaban un territorio al norte de la provincia de los pozos y limitaban al oriente con los carrapas. Sus huertas se extendían por toda la cuenca del río Paucura y por sus afluentes. Sobre esta provincia dice Cieza que tenía un ejército de seis mil indígenas comandados por el cacique principal llamado Pimaná. No eran tan buenos guerreros como los pozos y sus armas se limitaban a lanzas y tiraderas o pulsadores. 

Las casas de los caciques y señores principales eran grandes y servían al mismo tiempo como centros para efectuar ceremonias religiosas y para sacrificios humanos. Así, a la entrada de las habitaciones del cacique Pimaná se encontraba un ídolo de madera, antropomorfo, de tamaño natural, con los brazos abiertos y con el rostro dirigido hacia el oriente.

Los armas

Su verdadero nombre era Cuy-Cuy o Coy-Coy, pero Robledo y su ejército los llamaron Armados, porque estos aborígenes salieron a su encuentro vestidos de oro, con yelmos o coronas, narigueras, zarcillos, pectorales, puñetes, ajorcas, polainas y otras joyas de oro macizo y laminado, como si estuvieran armados y acorazados. Estos cacicazgos estaban ubicados en las faldas de la Cordillera Central que se extienden sobre la cuenca del río Arma y hacia el río Cauca, abarcando parte del territorio que hoy corresponde a los municipios de Sonsón y Aguadas.

El cronista Cieza de León anota que la provincia de Arma era muy grande y poblada, con veinte mil indios de guerra sin contar las mujeres y los niños. Agrega que la provincia tenía diez leguas de largo por seis o siete de ancho.

Sobre la vocación agrícola de sus habitantes anota Cieza que los valles y laderas parecen huertas, llenas de frutales de todo tipo. Las labranzas se extendían por las laderas de los ríos y los cultivos más importantes eran maíz, yuca y otras raíces, palma de pibijay o chontaduro, pitahaya morada, de la cual anota el cronista que “comiendo de ella, queriendo orinar, se echa la orina de color sangre”; era común la uvilla pequeña de suave olor, además de guayabas y aguacates para completar la alimentación cotidiana.

En cuanto a la población eran de cuerpo mediano, morenos y sólo usaban como vestido un trozo de tela que se ceñía a la cintura y les tapaba por delante dejando lo demás descubierto. Cuando no tenían tela de algodón elaboraban maures o taparrabos hechos de corteza de árbol. Esta forma de vestir hace exclamar a Cieza que “en aquella tierra no tienen los hombres deseos de ver las piernas a las mujeres, ya que haga frío o sientan calor, nunca las tapas”.

Pero si estas comunidades eran avaras en el vestir no lo era en cuanto a adornos. Todos engalanaban su cuerpo con pintura de varios colores. Sobre este aspecto el cacique Cirigua se pintaba la cara de amarillo, azul y negro, y todo el cuerpo lo untaba con una resina de árboles de olor y se aplicaba encima un polvo colorado, para protegerse del sol y porque “aprieta las carnes”.

Las casas eran grandes, de planta circular, el techo era de paja y el interior de la habitación estaba dividido por medio de esteras para alojar a diferentes grupos familiares. Estas viviendas se encontraban desparramadas en pequeños grupos ubicados por lo general en lo alto de las lomas en banqueos hechos a propósito.

Los patangoros (o pantágoras) 

Era no de los grupos indígenas más importantes y numerosos del territorio caldense, ya que ocupaban casi todo el oriente hacia el valle del Magdalena y entre los ríos Gaurinó y San Bartolomé, en donde se fundaron las ciudades de Victoria y Remedios en el siglo XVI.

Los patangoros eran llamados también palenques por las fortalezas de madera que hacían, tipo palenque, que podían resistir largos asedios de los enemigos. Lindaban con los amaníes los que estaban situados en la parte alta de la cordillera, y llegaron a ser influenciados económica y culturalmente por los pozos, paucuras, armas y picaras, razón por la cual habían copiado de éstos la institución el cacicazgo que no existía entre los patangoros.  A su vez los amaníes tenían por vecinos a los samanaes que poseían sus dominios en el curso alto del río Samaná. Los cronistas anotan que los patangoros eran de cuerpo mediano y buen aspecto. Tenían la costumbre, como los quimbayas, de deformarse intencionalmente la cabeza. Al respecto dice fray Pedro de Aguado que “tienen las cabezas chatas o anchas por adelante, desde la frente para arriba, que al tiempo de su nacimiento e infancia les hacen cierta opresión con que las paran de esta suerte”.

Eran de tez morena; los hombres llevaban el cabello recortado a la altura de los hombros y los reconocidos por valientes traían un corte de pelo “como de fraile”. Las mujeres, usaban el cabello largo y lo cuidaban con esmero; conservaban el cutis suave y fresco bebiendo infusiones de la cáscara de un árbol parecido al de la canela. 

Los patangoros construían sus pueblos en lo alto de las lomas, formando núcleos de ochenta y noventa viviendas, distribuidas de tal forma que se pudiesen formar calles bien trazadas y garantizar la defensa colectiva. Las casas se construían en guadua y los techos con hojas de bijao. Cada pueblo tenía una casa más grande para las ceremonias, donde realizaban las reuniones para invocar a los dioses, celebrar matrimonios, tramar la guerra o buscar esparcimiento.

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