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La conquista o encuentro de dos culturas
 

La conquista o encuentro de dos culturas

La llegada de los europeos al territorio de lo que hoy es el antiguo Caldas hace parte del proceso general de incorporación del mundo americano a la sociedad europea. Jorge Robledo llegó a la región, en 1536, acompañando a Sebastián de Belalcázar, y en fugaz expedición que salió de Cali cruzaron el valle del río Risaralda, atravesaron los cacicazgos ansermas y llegaron a Cartama (Marmato). Este recorrido se hizo con el ánimo de observar, desde lejos, los diferentes pueblos de la región y la obra d conquista se aplazó durante tres años.

Contacto con el hombre-monstruo

En la provincia de Humbra o Anserma hay pánico general. Dicen que unos hombres-monstruo están recorriendo la provincia montados en venados gigantes. Tienen poderosas armas y cuando las disparan se caen los árboles, se acaba la vida y todos quedan sordos. Parecen dioses.

El cacique Cirichia comenta que no deben ser divinidades ya que los únicos dioses son Xixamara y su padre, que habían creado el cielo, la tierra y todas las cosas. Ocuzca, muy asustado, plantea que los extranjeros tienen barbas y unos vestidos que no dejan entrar los dardos. Muchos habitantes de la provincia de Humbra dicen que los visitantes huelen muy mal y que la boca es podrida y los dientes negros.

El cacique Cananao, de los irras,  tiene conocimiento que estos extranjeros se asombran  cuando ven a las mujeres, porque andan desnudas, y dice que todos los visitantes las piden para solazarse con ellas. Los indígenas afirman que los extranjeros piden mucho oro, comida, bebida y mujeres. No falta quien diga que los visitantes piden más oro que comida.

Los caciques Tucarma e Hija, de Humbra, y Periquita, de los pozos, ya sabían que reyes poderosos semejantes a los dioses habían penetrado por el norte, por el inmenso mar. Las noticias dicen que tienen todo el cuerpo cubierto y sólo se puede ver la cara. Traen armas poderosas y cuando truenan sale una bola de fuego que destruye lo que encuentra a su paso. El humo no deja respirar.

No habían terminado de asombrarse, cuando los aborígenes empezaron a morir en grandes cantidades. El chamán u hombre-medicina, intermediario entre las personas y las divinidades, no encuentra cura para estos males. Los caciques hacen un rápido inventario: después del primer contacto con el hombre-monstruo había muerto la mitad de la población. Las causas hay que buscarlas en las enfermedades que llegaron con los extranjeros: las bacterias y los virus.

La invasión

Los ansermas se someten con facilidad

El 14 de julio de 1539 salió Jorge Robledo de la ciudad de Cali para continuar la obra de la conquista a órdenes de Sebastián de Belalcázar y del gobernador Francisco Pizarro. Robledo, con 100 hombres y algunos caballos, llegaron a la provincia de Anserma los primeros días de agosto, exploraron el territorio y encontraron labranzas, muchos bohíos y abundante comida, pero los indígenas se habían esfumado.

Aquí permaneció el ejército durante ocho días disfrutando de la buena vida. Robledo trató de granjearse la amistad de los ansermas y para ello apresó algunos indígenas y les explicó que “había venido en nombre del Rey para fundar una ciudad y que ellos debían de servir a los españoles y debían volverse cristianos”.  Mientras Robledo descansaba se dio cuenta que venía un ejército de 100 hombres y algunos caballos en persecución del Oidor Juan de Vadillo. Frente a este problema Robledo se apresuró a buscar un sitio para realizar la fundación y lo encontró en la provincia de Guarma. Con desconfianza de las intenciones que traía el nuevo ejército, libre ya de improvisaciones y de carreras, buscó un mejor sitio para trasladar la ciudad. Envió un alcalde y un regidor acompañados de caballeros y de soldados, quienes hallaron un lugar a cuatro leguas de distancia; Robledo lo encontró agradable, y ordenó de inmediato el traslado de la ciudad el 15 de agosto de 1539.

Sobre la segunda fundación, Jorge Robledo dice “que su natural nombre de la provincia es Humbra” y que está en el valle de Amiceca al cual denominó valle de Santa María, muy poblado y situado hacia el norte de la ciudad a una distancia de tres leguas.

Cieza de León manifiesta que la villa de Anserma “está asentada en medio de dos pequeños ríos, en  una loma no muy grande, llana de una parte y otra… El pueblo señorea toda la comarca, por estar en lo más alto de las lomas, y de ninguna parte puede venir gente, que primero que llegue no sea vista de la villa”; y por todas partes está cercada de grandes poblaciones de muchos caciques o señoretes”.

El choque con los cacicazgos del norte 

Los caciques de Anserma habían explicado a Robledo que junto al río Cauca estaban situados los irras, quienes daban mucha guerra, que fuesen allá y les acompañarían; Robledo organizó la expedición con cinco mil indígenas amigos.  Dejó todo listo en la ciudad de Anserma, y salió de la ciudad el 8 de marzo de 1540 con cien soldados, unos de a pie y otros de a caballo, buscando cruzar el río Cauca para llegar a la provincia de los irras, asentada en su margen. Lo que se anunciaba como batalla terminó en diálogo con el cacique Cananao, quien impresionó a los españoles con regalos de oro. Cananao, conocedor de la codicia de los invasores, los distrajo con regalos mientras les explicaba que en la provincia de los quimbayas abundaba el oro y que los caciques y señores se servían en vajillas de este metal. Así, les mostraba un mejor panorama donde sus tradicionales enemigos, al tiempo que se desembarazaba de un ejército que pedía mucha comida, mujeres y oro. Al considerar Robledo que ya estaba visitada y sometida toda la provincia la abandonó después de hacer el repartimiento de tierras y de pobladores entre sus soldados.

El cacique Cananao orientó a los españoles hacia la provincia de Carrapa y les explicó que por ese camino había gran riqueza. Con mil indios amigos, Robledo conquistó a los carrapas en ocho días, convenciendo a los pobladores –a través de los caciques- de que venía en son de paz. 

Sometidos los carrapas Robledo no se dirigió directamente a las ricas tierras quimbayas sino que giró hacia el norte, bien por la enemistad que existía entre carrapas y picaras, o porque antes de marchar a la inquietante región Quimbaya, decidió asegurar el camino que lo unía con Anserma, de dónde podían llegar refuerzos en caso de urgencia, al tiempo que protegía la retaguardia. De Carrapa, Robledo marchó a la provincia de los picaras que debían habitar el territorio comprendido entre el río La Honda y el Maibá o el Pozo. Una vez organizado el campamento, Robledo logró el sometimiento pacífico de los caciques Picara, Chanvericua, Chuscuruca y Ancora.

El 28 de marzo puso en marcha un ejército de cinco mil indios aliados, enemigos de los pozos, al encuentro con los belicosos pobladores de la provincia del norte. Hasta este momento todo les había salido bien a Robledo y a su ejército y aunque tenían conocimiento de la belicosidad de este pueblo fueron a su encuentro como alegres muchachos. 

Según Fray Pedro Simón marchaban tranquilos Robledo y su inmenso ejército, disfrutando de las delicias que ofrecía el camino hacia Pozo. Abajo los esperaba un río manso y un sendero lleno de árboles frutales. Continuaron saboreando el paisaje por las vegas del río Pozo, perdidos entre árboles frutales y sementeras, gozando de un clima delicioso. Encabezan la marcha Robledo, Suer de Nava, Álvaro de Mendoza, Antonio Pimentel, Giraldo Gil, el clérigo Francisco de Frías, Pedro de Cieza y un trompeta. Empezaron a subir la sierra y los indígenas de Carrapa y Picara se llenaron de pánico porque los de Pozo lanzaron injurias contra ellos comparándolos con mujeres. Los aliados de Robledo eran ocho mil y los Pozos cuatro mil guerreros aproximadamente, pero tenían la ventaja de dominar las partes altas y cerraron el paso a los invasores.

 La loma de Pozo se desprende de la colina de San Bartolomé y está rodeada de los riachuelos La Ensillada y Palmira. Forma una pequeña explanada y luego desciende en forma brusca y paralela a otras serranías. En este áspero declive los indígenas esperaron a los españoles y sus aliados. La batalla es narrada así Fray Pedro Sarmiento:

“y a la entrada del dicho pueblo peleaban los dichos indios con los españoles, echándoles dardos y tiraderas, y los españoles no les podían  entrar, porque los indios les tenían tomado el alto, y los españoles estaban en una ladera. Y queriendo entrarles, el Señor Capitán (Robledo) iba en la delantera y metióse tanto en los indios, que le tiraron un dardo y le hicieron caer la lanza, y bajándose para tomarla le tiraron otro dardo de lo alto, que le pasaron las armas y le hirieron malamente en el costado de una cruel herida. En esto la gente de pie y de caballo, viendo aquello, se metieron entre los indios y llegaron a lo alto, y largaron ciertos perros de presa qu1e traían y los indios comenzaron a huir, y fueron tras de ellos matando y derribando, de manera que el campo quedó para los españoles sin tener más resistencia”.

Los españoles regresaron donde el capitán Robledo y encontraron que la herida era mortal. Lo llevaron a la casa del cacique y fue atendido por dos cirujanos, más tarde llamaron al escribano para hacer testamento y se confesó, como buen cristiano. Dice Sarmiento que encontraron en Pozo muchas casas con dardos y tiraderas almacenados, y muchos ídolos. Aquí permaneció Robledo veinte días mientras se curaba de las heridas, llegaron muchos indios en son de paz, pero los caciques no aparecieron.

Los invasores cobraron con especial crueldad las heridas producidas a Robledo, lo que aumentó el odio contra los españoles. Sobre este aspecto anotó Pedro Cieza que allí los españoles realizaron “una de las mayores crueldades que se han hecho en estas Indias”. Y agrega que “el Mariscal don Jorge Robledo, consintiendo hacer en la provincia de Pozo gran daño a los indios, y que con las ballestas y perros matasen tantos como dellos mataron, Dios permitió que en el mismo pueblo fuese sentenciado a muerte, y que tuviese por su sepultura los vientres de los mismos indios”.

Una vez restablecido, Robledo, partió para la provincia de Paucura, a una jornada de allí, situada entre el río Pozo y la quebrada de Pácora, ambos tributarios del río Cauca. El cacique Pimaná, conocedor de las atrocidades cometidas por los españoles contra los pozos, no opuso resistencia alguna.  De allí se dirigió Robledo más hacia el norte con el objeto de pacificar la provincia de Arma y le recibieron muchos indios con armadura de oro, coronas y patenas, “que relucían todo el campo”. 

Después de dos meses sin lograr someter la región, a pesar de haber empleado diferentes métodos como la persuasión, amenazas y el uso de la fuerza, optó Robledo por una nueva táctica que consistió en fingir amistad hasta lograr reunir a la mayoría de los caciques, “a quienes encerró en un bohío, y de uno en uno les fue mutilando los miembros, como muestra de lo que eran capaces de hacer los invasores cuando no se les prestaba obediencia”.

Dos facetas se pueden ver en el conquistador Robledo, a quienes algunos señalan como especialmente humanitario mientras otros lo tildan de excepcionalmente cruel. A este respecto Juan Friede anota que Robledo era un conquistador “imbuido del ambiente de aquella época, en la cual la vida propia y ajena eran igualmente menospreciadas, en que crueles castigos se aplicaban sin contemplaciones, por delitos que hoy nos parecerían baladíes, y en la que el indio no había logrado aún, a los ojos del pueblo, un estatuto de hombre con plenos derechos a sus bienes, patria y libertad personal”.

Los quimbayas también se someten

Dominada la provincia de Arma, Robledo pensó seriamente en someter la enigmática provincia Quimbaya; para ello retornó a Carrapa por el mismo camino sin obtener resistencia, hizo acopio de provisiones, de indios cargueros y guerreros de la región carrapa y llegó a los límites de la provincia Quimbaya.

La nueva región fue penetrada por el norte, donde el poblado de Santa Agueda sirvió como campamento y punto desde el cual los españoles enviaron los grupos exploradores hacia la provincia Quimbaya. Pero la tropa estaba desilusionada: los tesoros no aparecían y los enmarañados y robustos guaduales y la exuberante e intrincada vegetación producía un ambiente de desconsuelo que desilusionaba a los españoles acostumbrados a los regalos de orfebrería, a la buena comida y a las encantadoras mujeres de la provincia Carrapa.

Por estas razones los españoles  aconsejaron a Robledo desistir de sus propósitos de establecer una colonia en estos territorios y en cambio fundarla en el de Arma, ya sometido y  rico en oro. Pero Robledo deseaba explorar y someter la región y para ello envió varias comisiones a reconocer la zona con la orden de apresar a cuanta persona encontrasen, y trajeron un indígena de autoridad al cual explicó Robledo por medio de su intérprete el mismo discurso que acostumbraba en todas las provincias: que dijese a los caciques que viniesen a verlo y que no tuviesen miedo que él no venía a hacerles mal, ni a tomarles lo que tenían, sino a poblar una ciudad en nombre de su majestad.

Al día siguiente vinieron muchos caciques con mucha gente, cargados de comida y de regalos, lo que hizo entusiasmar a Robledo y a su ejército, los cuales pensaron firmemente en conquistar la región. Uno de los caciques recitó los nombres de sesenta señores principales y el territorio que ocupaba cada uno, y Robledo, siguió indagando hasta recoger información sobre ochenta caciques, entre los más importantes Tucurumbí o Tacoronví –el más poderoso y opulento-, el de Consota –en cuyos dominios se iba a levantar la nueva ciudad-, Pindana, Vía, Yanva y Zazaquavi.

Con mucha rapidez Robledo hizo levantar el real, buscó un sitio apropiado para la nueva villa y con la ayuda de los habitantes de la región que acudieron sumisos, ordenó fundar la ciudad en un sitio elegido hacia el corazón de la famosa provincia de Quimbaya. Robledo escogió el lugar donde iba a quedar la plaza de la ciudad y en un árbol grande hizo la fundación y tomó posesión, entregó varas de justicia a Suer de Nava y a Martín de Arriaga, nombró alcaldes ordinarios, seleccionó como alguacil mayor a Álvaro de Mendoza, eligió ocho regidores y puso a la ciudad el nombre de Cartago (dice Cieza de León, que el nombre de Cartago se debe a que “todos los más de los pobladores y conquistadores que  con Robledo se hallaron habíamos salido de Cartagena”), trazó la ciudad y luego repartió los solares a todos los vecinos y conquistadores; finalmente reunió el cabildo y le dio vida legal a la nueva fundación.  Estos hechos ocurrieron el 9 de agosto de 1540 en el sitio donde hoy se levanta la ciudad de Pereira, ciudad que fundó en nombre del Emperador don Carlos y el Marqués don Francisco Pizarro, Gobernador de las provincias del Perú.

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